Oración a Mª Stma de la Caridad y del Consuelo
Estación ante María Santísima de la Caridad y del Consuelo
Situados de pie ante la imagen de María Santísima de la Caridad y del Consuelo, el que preside la oración comienza
P: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
T: Amén.
P: Dios mío ven en mi auxilio.
T: Señor date prisa en socorrerme.
Oración inicial
P: Madre nuestra de la Caridad y del Consuelo:
a tus plantas nos tienes como hijos tuyos.
Nuestro interior arde inflamado por la palabra de Jesucristo,
y la caridad del Espíritu Santo,
derramadas en nuestros corazones.
Cuando tu Hijo caminaba
por Galilea y de Judea
sus manos estaban abiertas
para sanar y consolar
a los más pequeños,
a los desvalidos,
a los necesitados del amor y la bendición de Dios.
Hoy como entonces, tenemos que abrir brazos y corazones,
que ser misioneros de la misericordia del Padre
para acoger a todos los despojados de nuestra sociedad.
Así se lo pedimos al Padre,
por tu intercesión,
y la de tu Hijo, Jesucristo,
que vive y reina por los siglos de los siglos.
T: Amén.
Nos podemos sentar para escuchar la lectura bíblica y la meditación. Se puede elegir una de las dos propuestas:
I
Consuelo
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios (2Co 1:3–7)
¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos consuela en cualquier tribulación nuestra hasta el punto de poder consolar nosotros a los demás en cualquier lucha, mediante el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios! Porque lo mismo que abundan en nosostros los sufrimientos de Cristo, abunda también nuestro consuelo gracias a Cristo. De hecho, si pasamos tribulaciones, es para vuestro consuelo y salvación; si somos consolados, es para vuestro consuelo, que os da la capacidad de aguantar los mismos sufrimientos que padecemos nosotros. Nuestra esperanza respecto de vosotros es firme, pues sabemos que si compartís los sufrimientos, también compartiréis el consuelo.
Palabra de Dios.
Tras la lectura, escuchamos la siguiente meditación:
No tenemos un Dios que desconozca nuestro sufrimiento. Cuando el Hijo se hizo hombre y caminó entre nosotros, quiso experimentar toda la realidad que marca nuestra existencia. Nació y vivió su infancia en la aldea de Nazaret, aprendió un oficio de la mano de su padre José, predicó y anunció la llegada del Reino, la llegada de la redención definitiva, y, al final, fue capturado y padeció tormento y muerte de cruz. Pero esa no fue la palabra definitiva del Padre, la palabra definitiva fue la resurrección de Jesús.
Atravesó la noche oscura del dolor y la muerte, y, resucitado, ofreció su vida a todos los hombres. A su lado, en todo su camino, se encontraba su Madre María, escuchando su palabra, meditándola en su corazón, compartiendo su sufrimiento en la vía dolorosa y al pie de la cruz; encontrándose con él plena de gozo en la mañana de la resurrección. María comprende nuestro dolor y, así, es capaz de ofrecernos consuelo. En su corazón hay cabida para todos aquellos que lloran, que tienen hambre, que están presos, todos los despojados de nuestra sociedad.
Consolados por su presencia, nosotros también estamos llamados a transformar nuestra sociedad a través de las manos tendidas a todos aquellos que nos necesitan. El consuelo que hemos recibido del Señor y de su Madre no es para nosotros solos, sino para entregarlo a nuestros hermanos. Que su gracia y su ejemplo nos transformen en verdaderos misioneros de la misericordia del Padre.
II
Caridad
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (1Co 13:1–7)
Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, no sería más que un metal que resuena o un címbalo que aturde. Si tuviera el don de profecía y conociera todos los secretos y todo el saber; y si tuviera fe como para mover montañas, pero no tengo amor, no sería nada. Y si repartiera todos mis bienes entre los necesitados; y si entregara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me serviría.
El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
Palabra de Dios.
Tras la lectura, escuchamos la siguiente meditación:
En el corazón de todo seguidor de Jesús debe arder la caridad, debe arder el mismo fuego del Espíritu Santo que viene a nosotros en el bautismo y en la confirmación. Dios mismo habita en nuestros corazones, anima nuestra voluntad, nos guía en nuestra vida cotidiana. Este debe ser el motor de todas nuestras acciones: si no actuamos desde el amor de Dios, si no obramos con ese amor, todo aquello que lleguemos a realizar será baldío. De nada sirve hacer muchas cosas, si no lo hacemos desde Dios, tocados por su gracia, movidos por su amor.
María también actúó desde el Espíritu que habitaba en su corazón. Hágase en mí según tú palabra... María conservaba todo esto cosas en su corazón. En su interior solo había espacio para el Señor y su voluntad. Esa fue la guía en todo su existir, una vida entregada a la Palabra y, por la Palabra, a todos sus hijos. Ella ora en medio de los discípulos pidiendo que llegue el Espíritu, que los inunde y los lance a transformar el mundo. Para ella siempre es Pentecostés.
Nosotros seguimos el ejemplo de nuestra Madre. Es la revolución de la ternura que nos propone el papa Francisco: tener las manos abiertas, el corazón abierto, con sencillez, con humildad, desde el silencio, a todo el que lo necesite, a todos los despojados, a todos los que necesiten el consuelo de un hermano. Que su gracia y su ejemplo nos transformen en verdaderos misioneros del amor del Padre.
Guardamos unos momentos de silencio reflexionando sobre lo escuchado. A continuación nos ponemos en pie para presentar al Padre nuestras peticiones.
P: Unidos como hermanos por el bautismo, hechos hijos de una misma Madre al pie de la Cruz, presentemos al Padre nuestas oraciones por intercesión de María Santísima de la Caridad y del Consuelo. Respondemos a cada petición:
Por la intercesión de tu Madre, escúchanos, Señor.
· Por la Iglesia universal extendida por toda la tierra, que ella sea verdadera semilla del Reino al dar cumplimiento a las bienaventuranzas, roguemos al Señor.
· Por nuestra ciudad de Salamanca, que en medio de su peregrinar formemos una verdadera comunidad de hermanos dispuesta a caminar siempre abiertos a la voluntad de Dios, roguemos al Señor.
· Por los ancianos/estudiantes/enfermos/... de esta residencia/colegio/hospital/..., que la gracia de Dios habite en ellos, les dé ánimo y fuerza, y así escuchen y den cumlimiento a su Palabra, roguemos al Señor.
· Por los despojados de la sociedad,
· Por todos nosotros, para que, en medio del mundo, ardiendo con el amor de Dios, seamos consuelo para todos nuestros hermanos, roguemos al Señor.
Te lo pedimos Dios de misericordia, por la intercesión de María, esposa del Padre, madre del Hijo, sagrario del Espíritu Santo, inmaculada y asunta a los cielos por los siglos de los siglos.
T: Amén.
P: Completamos nuestra oración con las mismas palabras que nos enseñó Jesús:
T: Padre nuestro...
Salutaciones a María
P: Saludemos a María, que acogió en su seno a nuestro Redentor: Dios te salve María, sagrario purísimo de la caridad ardiente de la Trinidad, llena eres de gracia...
T: Santa María, Madre de Dios,...
P: Saludemos a María, que acogía y meditaba en su corazón la palabra de Dios: Dios te salve María, dulce transmisora del celestial consuelo a todos los afligidos, llena eres de gracia...
T: Santa María, Madre de Dios,...
P: Saludemos a María, que tomó por hijos a todos los discípulos de su Hijo: Dios te salve María, madre amorosa que con tu auxilio vistes a todos los despojados, llena eres de gracia...
T: Santa María, Madre de Dios,...
Oración final
P: Reconfortados en tu presencia, Madre,
queremos volver a nuestra vida cotidiana.
Tu mirada ha avivado
las llamas de la caridad
en nuestros corazones,
tus manos extendidas
enjugan nuestras lágrimas
y son consuelo para nuestros sufrimientos.
Tú nos guías en el servicio a tu Hijo, Jesús,
y nos envías misioneros a nuestros hermanos,
en especial a aquellos que más lo necesitan,
los despojados de nuestra sociedad,
en ellos reluce el rostro del Señor,
en ellos Él sale a nuestro encunetro.
Que nuestra mirada nunca se aparte de ellos,
que nuestros brazos siempre estén abiertos
para acogerlos,
que nuestras vidas sean un continuo consuelo
animadas por el amor de tu Hijo
que vive y reina, por los siglos de los siglos.
T: Amén.
P: Bendigamos al Señor.
T: Demos gracias a Dios.
Oración realizada por : Fray José Anido Rodriguez O de M.