Testimonios de la Estación de Penitencia: María Serradilla Garzón.

mayo 07, 2018 Unknown 0 Comments

ESTACIÓN DE PENITENCIA 2018.
María Serradilla Garzón.


Mi padre suele decir que las grandes fechas se conocen por las vísperas y yo, sinceramente, estoy de acuerdo con él. Las horas anteriores al Domingo de Ramos las vivo con la misma emoción de la noche de Reyes. Antes de ir a dormir, miro por penúltima vez el hábito planchado con tanto esmero que cuelga de una puerta, acaricio el terciopelo burdeos,coloco la capa por enésima vez y me aseguro de que estén listos el cíngulo y las estampitas. Antes de apagar la luz, vuelvo a besar la medalla y es entonces cuando empiezan a relampaguear en mi mente los recuerdos que me han llevado hasta ese momento, hasta poder llegar a ser nazarena del Señor.

Fue hace unos años, de forma inesperada, como habitualmente aparece el amor, cuando Jesús Despojado se cruzó tan dichosamente en mi vida. Una tarde de cuaresma, yo ensayaba junto a mi coro Tomás Luis de Victoria y supimos por el director que el Señor iba a pasar por delante de nuestro lugar de reunión. Sin dudarlo, se decidió que saldríamos a cantar a su paso para mostrarle nuestro respeto a la Hermandad y a su sagrada imagen. Hasta entonces yo no tenía conocimiento de la existencia de ésta, mi cofradía. Salimos a la puerta y, en pocos minutos pudimos observar cómo Jesús iba avanzando hacia nosotros. No sé muy bien el motivo pero, antes de ver su bendita cara, empecé a sentirme extremadamente nerviosa, con un desasosiego que no atendía a ninguna razón lógica y una impaciencia desmesurada. Él ya me estaba llamando pero yo aún no lo sabía. Cuando el paso paró ante el coro, todos empezaron a cantar pero a mí se me secó la garganta cuando me di cuenta de que entre todas aquellas personas, Jesús Despojado me estaba hablando a mí. Yo le miraba a los ojos pero Él me había atravesado el corazón. Sentí su presencia como nunca y me preguntó y me pregunté por qué había estado distanciada de su calor tanto tiempo...

Aunque tardé un tiempo en hacerme hermana de forma oficial, yo ya sentía que me había transformado en nazarena desde que mi coro aquel día terminó de cantar y yo me quedé inmóvil mirando su espalda ensangrentada hasta que se perdió caminando entre la noche...

Porque para mí ser nazarena significa fundamentalmente eso: ser SEGUIDORA de Jesús en todos los sentidos de la palabra. En el día a día tratando de imitarle, de aplicar sus enseñanzas y de ser testigo activo de su vida en los tiempos actuales. Esto se dice rápido y fácil pero es la labor más difícil de llevar a cabo que me ha sido encomendada. Ser nazarena también implica, por supuesto, acompañarle en su camino de Pasión que comienza, precisamente el Domingo de Ramos, el más agridulce de todos los domingos.


Mi estación de penitencia de este año comenzó saltando de la cama y subiendo la persiana mirando al cielo. Despejado, fresco, luminoso. El clima también parecía estar de nuestra parte. Nervios. Últimos preparativos.¿Plancho la capa otra vez? ¿Me abrigo mucho o poco? ¿Aguantaré toda la procesión sin ir al baño? Mejor no bebo agua...o sí, un poco para no marearme.
Las horas que pasan desde esos instantes hasta entrar en la iglesia de la Purísima sobre las cinco de la tarde, transcurren acordes a una medida de tiempo que no existe ningún otro día del año.


Llegó la hora. Cruzo la entrada del templo apretando con fuerza en una mano la papeleta de salida y me aseguro una vez más de que son dos los guantes que me  acompañan.
Óscar recibe a cada persona dándole la bienvenida de forma cariñosa, calmada, sonriente. Cuánto lo 
agradezco. Dentro de la iglesia, acogedora y fría a un tiempo, ya sólo tengo ojos para Ellos, que esperan en sus pasos el calor de los costaleros y de toda una ciudad.

La primera oración a sus pies es algo rápida y nerviosa. Este año no sé muy bien dónde mirar. Tengo el corazón dividido entre Madre e Hijo y la emoción multiplicada por mil.
Ahí está María, Caridad y Consuelo de todos los despojados de este mundo. Reposa en su palio resplandeciente, Reina, bellísima, emanando amor y dulzura. Es entonces, mientras la contemplo, cuando me doy cuenta de lo afortunada que he sido acompañándola por Salamanca en su maravillosa y fecunda misión por diferentes parroquias y colegios. Si tengo que elegir alguno de esos momentos a su lado, me quedo sin duda con los besamanos. Cuando una persona se acerca por primera vez a Ella y está frente a frente con su mirada, se produce un momento muy íntimo, unos segundos en los que explota un sentimiento único en cada corazón, una simbiosis entre ambos tan efímera como real, una auténtica epifanía, pura magia. Yo he podido observarla especialmente en niños y en personas muy mayores, quienes para mí están especialmente cerca de Dios. Os aseguro que es algo inolvidable por lo que tiene de pureza y de verdad.

Ahora mis ojos se giran a la derecha. El Señor, soberbio en su inmenso paso, con sus manos abiertas que ya reparten perdón y esperanza, este año es consciente de la compañía de su Madre y en su expresión de dolor quiero adivinar cierto alivio. Nunca puedo estar delante de Él mucho tiempo porque me cuesta aguantar la potencia de su mirada. Está, para mí, cargada de tantas cosas, es algo tan infinitamente intenso que me supera.  El Príncipe del Amor, el Rey de la dulzura está más que impaciente por repartir ternura entre quienes ya esperan fuera.



 18.00 horas: la puerta gigantesca se despereza y finalmente se abre en un bostezo de alegría. El runrún de la calle nos va despertando del sueño azul. Ha llegado la hora de darle forma, de vivirlo.

Últimas indicaciones de nuestro diputado de tramo. Antifaz casi bajado, filas organizadas, estampitas dentro del guante y cirio tembloroso entre las manos. Este año voy entre el Señor y la Virgen, es decir, en el mismo cielo. Cuchicheos de ánimo entre los respiraderos del paso, olor a incienso que anuncia la cercanía de Jesús y primer pellizco gordo en el estómago cuando veo que es Eneko el primero que mueve el llamador. Ya no hay marcha atrás: nos vamos a la calle.
Mientras el Señor avanza hacia los nazarenos que iremos tras Él, me vienen a la cabeza todos los momentos malos o difíciles, los miedos y las preocupaciones que he pasado desde la anterior estación de penitencia. Pequeños problemas y situaciones en las que siempre le he rezado pidiendo su ayuda y en los que todas las veces he sentido su compañía y su protección. Lágrimas de agradecimiento vienen ahora a hacer más pequeños los ojos del capirote...

Sale el Señor a la luz de Marzo y escucho en el bullicio de la calle cómo lo recibe Salamanca. Me pregunto mientras lo veo avanzar si ya habrá tocado algún corazón, si ya habrá llamado a alguien a su lado, como hizo conmigo aquel día.


La música de “La Expiración” aún se escucha en la lejanía cuando se hace la primera levantá del paso de palio. Somos ya pocos los que quedamos dentro y, a todos se nos incendia el alma con el tintineo de las campanillas y el compás de los varales. Ya viene Caridad. 

Comenzamos a caminar. Cosquillas en el estómago, manos frías y el capirote demasiado ajustado, otra vez... Cuando piso la rampa de salida escucho de fondo el “Ave María” de Schubert. Es el momento perfecto, el más esperado. En ese instante estoy emocionada porque sé que Nuestra Madre  está a punto de salir a la calle; estoy contenta por poder ser testigo de este momento histórico para tantas personas, orgullosa del saber hacer de tanta gente generosa y llena de talento de nuestra Hermandad. Feliz por poder ser uno de los elementos de evangelización a través de la procesión.

Ser nazarena supone para mí una experiencia vital y espiritual de alta intensidad. Muchos sentimientos y emociones personales difíciles de analizar, imposibles de expresar. Sensaciones muy íntimas,  inefables, que sólo ocurren debajo de ese antifaz,tras ese anonimato y creo que allí deben permanecer. Pero ante todo supone acompañar a Cristo en su dolor, en el comienzo de su camino de Pasión que lo llevará hacia su muerte y resurrección. Supone también tratar de hacer que, mediante nuestro testimonio de fe en la calle, alguien vuelva a acercarse a Jesús, si es que un día se distanció de Él o presentárselo por primera vez, hacer que entre en su vida o que siga estando presente en su día a día. ¿Puede, acaso, haber un regalo mejor? 

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