Recuerdos de una tarde de Domingo de Ramos: Testimonio de Daniel Cuesta SJ.

abril 20, 2018 Unknown 0 Comments



A lo largo de este tiempo de pascua vamos a ir recordando lo vivido en la Estación de Penitencia a través de diferentes testimonios. Comenzamos con las vivencias de nuestro hermano Daniel Cuesta SJ.


Recuerdos de una tarde de Domingo de Ramos
Me pide la Junta de Gobierno de nuestra Hermandad que escriba un testimonio de lo que significó para mí la Estación de Penitencia del pasado Domingo de Ramos. Y, aunque creo que no diré nada diferente de lo que han contado y contarán otros hermanos, recojo con gusto este guante, puesto que creo que, para todos, la Estación de Penitencia de 2018 fue algo especial.
Concretamente para mí, después de tres años lejos de Salamanca, supuso un volver a casa, que creo que es difícil de expresar con palabras. Solamente los abrazos de los amigos, la fraternidad de los hermanos y la oración de todos delante de nuestras imágenes, son capaces de ejemplificar lo que uno siente cuando vuelve a su hermandad. Es entonces cuando te das cuenta de que, aún habiendo estado lejos, la fe y la fraternidad consiguen que sientas que nunca has salido de esa Iglesia de la Purísima en la que ahora entras.
Estoy seguro de que casi todos los hermanos nos despertamos la mañana del Domingo de Ramos mirando al cielo. Llevábamos dos semanas viendo los negros pronósticos del tiempo sin acabar de creérnoslos del todo, pero ese día era la prueba de fuego. Y aunque el frío fuera muy intenso y el cielo no pareciese expresarse de manera clara, todos tuvimos la corazonada de que el Señor y su Madre saldrían a la calle. Con ese sentimiento nos encaminamos hacia su encuentro en la Iglesia de la Purísima, sabiendo que ellos nos estaban esperando, necesitados de nuestra luz para alumbrar su camino y de los pies de los costaleros para salir a la calle.
Pocos minutos antes de que comenzara la procesión, justo antes de apagar el móvil, envié un mensaje a mi familia que decía: “a punto de salir, emoción máxima”. Porque realmente era aquello lo que estaba sintiendo, una emoción enorme al pensar que estaba a punto de volver a acompañar el caminar del Señor por las calles de Salamanca, y también, porque faltaban pocos minutos para que Nuestra Madre hiciera por fin Estación de Penitencia junto a su Hijo Despojado. En pocos instantes iba a culminar aquel “Sueño Azul” del que pude ser partícipe desde casi sus inicios, cuando la comunidad jesuítica salmantina tuvo el honor de poder venerar en una de sus capillas a la imagen de María Santísima de la Caridad y del Consuelo, antes de su bendición.
Pese a que la lluvia quiso jugar con nosotros, las puertas de la Purísima se abrieron y nuestra cruz de guía comenzó a recordar a todos los salmantinos que, aquellos que caminábamos tras ella no éramos un grupo cualquiera (ni mucho menos una manifestación cultural o folclórica), sino que éramos los seguidores de aquel que dos mil años antes había muerto en ella. Pocos momentos después, Jesús Despojado se levantó como sólo él sabe hacerlo y comenzó a caminar hacia la puerta del templo. Yo tuve el privilegio inmerecido de caminar delante de él y reconozco que en esos momentos de salida a la calle, me costó mucho contener las lágrimas causadas por la enorme emoción que estaba sintiendo. Me vinieron a la mente tantos momentos de oración, de fe, de hermandad, de amistad y sobre todo rostros, muchos rostros de personas que Jesús Despojado ha puesto en mi camino.
Expresar con palabras lo que constituyó para mí tanto interior como exteriormente toda la Estación de Penitencia es algo sumamente difícil. Creo que la mejor metáfora que podría utilizar es la que se usa para hablar de las peregrinaciones. Aquella que define el peregrinar como un “orar con los pies”. Eso fueron mis horas en la calle, delante del Señor; una oración que, al ritmo de la música, con el olor del incienso, la luz de los cirios y tantos otros detalles, fue acompasando mi cuerpo con mi alma, para unirlos con el Señor en su despojo más total y absoluto.
En este punto, mi sitio en la procesión me ayudó a recordar o quizá más bien a revivir cuál es mi lugar en la vida cristiana. Ya que, unos pocos metros delante de mi marchaba el estandarte sacramental de la Hermandad. Desde mi posición podía leer las letras que éste tiene bordadas en su parte trasera: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Una frase que, como sabemos, fue dicha por San Juan Bautista a sus discípulos al ver pasar a Jesús. Aquellas palabras me recordaban que mi vida no debe ser otra cosa que intentar apuntar al Señor. Que, al igual que en la procesión, el importante no soy yo, sino aquel que con su muerte y resurrección ha dado su vida al mundo: Jesucristo. Aquel al que tratamos de anunciar con nuestras palabras y nuestras obras, intentando así preparar su camino para que él pueda hacerse presente en medio de nuestro mundo.
Pero este testimonio quedaría incompleto si en él me refiriera únicamente a mi experiencia vivida delante del paso del Señor. Por ello quiero acabarlo relatando los breves pero intensos encuentros que tuve con nuestra Madre a lo largo de la tarde del Domingo de Ramos. En primer lugar, cuando el paso de Jesús Despojado hacía una parada en la Calle Compañía, al escuchar de lejos los sones del himno nacional y los aplausos, pude de alguna manera contagiarme de la emoción que se vivía en la Plaza de las Agustinas porque Ella estaba por fin en la calle. En segundo lugar, mis ojos se cruzaron con los suyos cuando María Santísima de la Caridad y del Consuelo avanzaba por la calle Benedicto XVI, camino de la Catedral en la que yo estaba a punto de entrar. Venía despacio, caminando de una manera serena y solemne, mientras el choque de las bambalinas con los varales del palio emitía ese tintineo con el que a partir de ahora todos identificarán su transitar por las calles de Salamanca. Por último, pude por fin encontrarme calmadamente con Ella cuando entraba en la Iglesia de la Purísima. Allí, en la intimidad del templo, con el canto de la salve pude darle las gracias por haberme permitido vivir este momento agarrado de su mano, y también pedirle que nos enseñara a todos los hermanos a seguir a Cristo tal y como lo hizo Ella.
La Estación de Penitencia de nuestra Hermandad en la tarde del Domingo de Ramos quedará para siempre guardada en nuestra memoria, y lo que es más importante, en nuestro corazón. Ojalá que todo ello nos mueva a ser mejores hermanos y en definitiva cristianos más comprometidos. Estoy seguro de que, si ponemos de nuestra parte, Jesús y María nos ayudarán a tener una fe mucho más intensa, que nos ayude a preocuparnos por las necesidades de los despojados de nuestro mundo.
Daniel Cuesta Gómez SJ.

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