Recuerdos de una tarde de Domingo de Ramos: Testimonio de Daniel Cuesta SJ.
A lo largo de este tiempo de pascua vamos a ir recordando lo vivido en la Estación de Penitencia a través de diferentes testimonios. Comenzamos con las vivencias de nuestro hermano Daniel Cuesta SJ.
Me pide la Junta de Gobierno de
nuestra Hermandad que escriba un testimonio de lo que significó para mí la
Estación de Penitencia del pasado Domingo de Ramos. Y, aunque creo que no diré
nada diferente de lo que han contado y contarán otros hermanos, recojo con
gusto este guante, puesto que creo que, para todos, la Estación de Penitencia
de 2018 fue algo especial.
Concretamente para mí, después de
tres años lejos de Salamanca, supuso un volver a casa, que creo que es difícil
de expresar con palabras. Solamente los abrazos de los amigos, la fraternidad
de los hermanos y la oración de todos delante de nuestras imágenes, son capaces
de ejemplificar lo que uno siente cuando vuelve a su hermandad. Es entonces
cuando te das cuenta de que, aún habiendo estado lejos, la fe y la fraternidad
consiguen que sientas que nunca has salido de esa Iglesia de la Purísima en la
que ahora entras.
Estoy seguro de que casi todos
los hermanos nos despertamos la mañana del Domingo de Ramos mirando al cielo.
Llevábamos dos semanas viendo los negros pronósticos del tiempo sin acabar de
creérnoslos del todo, pero ese día era la prueba de fuego. Y aunque el frío
fuera muy intenso y el cielo no pareciese expresarse de manera clara, todos
tuvimos la corazonada de que el Señor y su Madre saldrían a la calle. Con ese
sentimiento nos encaminamos hacia su encuentro en la Iglesia de la Purísima,
sabiendo que ellos nos estaban esperando, necesitados de nuestra luz para
alumbrar su camino y de los pies de los costaleros para salir a la calle.
Pocos minutos antes de que
comenzara la procesión, justo antes de apagar el móvil, envié un mensaje a mi
familia que decía: “a punto de salir, emoción máxima”. Porque realmente era
aquello lo que estaba sintiendo, una emoción enorme al pensar que estaba a punto
de volver a acompañar el caminar del Señor por las calles de Salamanca, y
también, porque faltaban pocos minutos para que Nuestra Madre hiciera por fin
Estación de Penitencia junto a su Hijo Despojado. En pocos instantes iba a
culminar aquel “Sueño Azul” del que pude ser partícipe desde casi sus inicios,
cuando la comunidad jesuítica salmantina tuvo el honor de poder venerar en una
de sus capillas a la imagen de María Santísima de la Caridad y del Consuelo,
antes de su bendición.
Pese a que la lluvia quiso jugar
con nosotros, las puertas de la Purísima se abrieron y nuestra cruz de guía
comenzó a recordar a todos los salmantinos que, aquellos que caminábamos tras
ella no éramos un grupo cualquiera (ni mucho menos una manifestación cultural o
folclórica), sino que éramos los seguidores de aquel que dos mil años antes
había muerto en ella. Pocos momentos después, Jesús Despojado se levantó como
sólo él sabe hacerlo y comenzó a caminar hacia la puerta del templo. Yo tuve el
privilegio inmerecido de caminar delante de él y reconozco que en esos momentos
de salida a la calle, me costó mucho contener las lágrimas causadas por la
enorme emoción que estaba sintiendo. Me vinieron a la mente tantos momentos de
oración, de fe, de hermandad, de amistad y sobre todo rostros, muchos rostros
de personas que Jesús Despojado ha puesto en mi camino.
Expresar con palabras lo que
constituyó para mí tanto interior como exteriormente toda la Estación de
Penitencia es algo sumamente difícil. Creo que la mejor metáfora que podría
utilizar es la que se usa para hablar de las peregrinaciones. Aquella que
define el peregrinar como un “orar con
los pies”. Eso fueron mis horas en la calle, delante del Señor; una oración
que, al ritmo de la música, con el olor del incienso, la luz de los cirios y
tantos otros detalles, fue acompasando mi cuerpo con mi alma, para unirlos con
el Señor en su despojo más total y absoluto.
En este punto, mi sitio en la
procesión me ayudó a recordar o quizá más bien a revivir cuál es mi lugar en la
vida cristiana. Ya que, unos pocos metros delante de mi marchaba el estandarte
sacramental de la Hermandad. Desde mi posición podía leer las letras que éste
tiene bordadas en su parte trasera: “Este
es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Una frase que, como
sabemos, fue dicha por San Juan Bautista a sus discípulos al ver pasar a Jesús.
Aquellas palabras me recordaban que mi vida no debe ser otra cosa que intentar
apuntar al Señor. Que, al igual que en la procesión, el importante no soy yo,
sino aquel que con su muerte y resurrección ha dado su vida al mundo:
Jesucristo. Aquel al que tratamos de anunciar con nuestras palabras y nuestras
obras, intentando así preparar su camino para que él pueda hacerse presente en
medio de nuestro mundo.
Pero este testimonio quedaría
incompleto si en él me refiriera únicamente a mi experiencia vivida delante del
paso del Señor. Por ello quiero acabarlo relatando los breves pero intensos
encuentros que tuve con nuestra Madre a lo largo de la tarde del Domingo de
Ramos. En primer lugar, cuando el paso de Jesús Despojado hacía una parada en
la Calle Compañía, al escuchar de lejos los sones del himno nacional y los
aplausos, pude de alguna manera contagiarme de la emoción que se vivía en la
Plaza de las Agustinas porque Ella estaba por fin en la calle. En segundo
lugar, mis ojos se cruzaron con los suyos cuando María Santísima de la Caridad
y del Consuelo avanzaba por la calle Benedicto XVI, camino de la Catedral en la
que yo estaba a punto de entrar. Venía despacio, caminando de una manera serena
y solemne, mientras el choque de las bambalinas con los varales del palio
emitía ese tintineo con el que a partir de ahora todos identificarán su
transitar por las calles de Salamanca. Por último, pude por fin encontrarme
calmadamente con Ella cuando entraba en la Iglesia de la Purísima. Allí, en la
intimidad del templo, con el canto de la salve pude darle las gracias por
haberme permitido vivir este momento agarrado de su mano, y también pedirle que
nos enseñara a todos los hermanos a seguir a Cristo tal y como lo hizo Ella.
La Estación de Penitencia de
nuestra Hermandad en la tarde del Domingo de Ramos quedará para siempre
guardada en nuestra memoria, y lo que es más importante, en nuestro corazón.
Ojalá que todo ello nos mueva a ser mejores hermanos y en definitiva cristianos
más comprometidos. Estoy seguro de que, si ponemos de nuestra parte, Jesús y
María nos ayudarán a tener una fe mucho más intensa, que nos ayude a
preocuparnos por las necesidades de los despojados de nuestro mundo.
Daniel Cuesta Gómez SJ.